jueves, 15 de junio de 2017

ZORROS Y ERIZOS



BERLIN

Sir Isaiah Berlin OM (6 de junio de 1909 - 5 de noviembre de 1997), politólogo e historiador de las ideas; está considerado como uno de los principales pensadores liberales del siglo XX.
(WIKIPEDIA)

Siempre me ha fascinado la pugna dialéctica de Berlin, el gran pensador de la sociedad abierta, en torno a la libertad. Pero, quizás aquello que mejor ha quedado grabado en mi memoria, es su ensayo “El Erizo y el Zorro”, publicado en 1953, el año en el que quien suscribe, llegó a este mundo ancho y lejano en una dulce mañana de agosto.
El ensayo de Berlin parte de un fragmento del poeta Arquiloco:

El Zorro sabe muchas cosas, pero el Erizo sabe una cosa más grande

A partir de aquí, las personas pueden ser clasificadas en zorros y erizos.

El zorro es un individuo inquieto, de recio porte, elegante y discreto a la par, preocupado y ocupado en idear mil y una estrategias que resuelvan su arcano problema existencial: cazar al erizo.
El erizo, por el contrario, es un personaje sosegado, incluso aparentemente aburrido en sus rutinas casi maniáticas, sus esfuerzos se concentran en una sola idea y, rara vez, se deja distraer por otros acontecimientos meramente circunstanciales que ocurren en su entorno inmediato.
Como cada mañana, el erizo sale de su confortable agujero, dispuesto a recolectar alimento y, si es el caso, echarse una reconfortante sisestecita al sol dejándose mecer por la brisa. Pero, en ese instante, el zorro sale inesperadamente de la maleza y se precipita en una loca carrera hacia el erizo. Este le divisa a lo lejos y , cargado de una profunda resignación, mira hacia el cielo y piensa para sí mismo: ¡otra vez este individuo!
Como en otras ocasiones, se arrebulla tranquilamente en una bola inexpugnable y se deja caer ladera abajo en dirección al zorro que, sorprendido, frena en seco su carrera y viendo lo que se le viene encima, opta por dar media vuelta y buscar la protección de la espesura del bosque, no sin antes decirse a sí mismo: hay que mejorar estas estrategias, debo elaborar nuevas alternativas…

El zorro tiene una visión compleja del mundo, prácticamente polivalente. Persigue distintos objetivos y se plantea múltiples estrategias para cada uno de ellos. El erizo hace tiempo que dejó atrás la complejidad. Su virtud es convertir lo complejo en simple, centrar sus objetivos y ponerse a la tarea sin descanso: el zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran cosa.

En este país, abundan los zorros, perdón los zorros y las zorras. Pero, indefectiblemente, escasean los erizos. Incluso, si me apuran, diría que abundan los coyotes y escasean los correcaminos. Dicen que los latinos somos creativos por definición, más bien diría que somos ocurrentes por excelencia. Ideamos mucho, pero creamos poco. No somos empáticos con las ideas ajenas, pero nos fascinan las propias, de donde rara vez conseguimos hacer cosas juntos. Somos centrífugos por genoma y centrípetas por conveniencia. Somos certeros con el defecto ajeno, pero miopes con la genialidad. Una pregunta: Si Steve Jobs, Thomas Edison o Albert Einstein hubieran nacido en la Meseta, ¿habrían llegado a algo? En esto, los norteamericanos, por mucho que nos pese, han resultado ser más espabilados. Decidieron llevarse de weekend al zorro y al erizo a Las Vegas y después de pasarlos por la correspondiente capillita, ahora tienen híbridos zorro – erizo que funcionan que no vean. Aquí a lo más que hemos llegado ha sido a cultivar una variedad de pimientos del piquillo que no piquen.
Es importante idear, pero hay que rematar, es decir inventar. Es vital plantearse objetivos, pero hay que aprender a no arrugarse ante el primer nubarrón. Lo siento doctor Barbacid, pero le veo más fuera del CNIO que dentro por culpa de una ministra beata que nos dio el pego a casi todos durante dos días y medio. Ser capaz de elaborar estrategias es signo de inteligencia, pero convertirlas en poses demagógicas es muestra de simpleza. El autismo político y la cleptocracia municipal son signos de nuestro tiempo. Signos de que los zorros andan sueltos.


martes, 6 de junio de 2017

CUESTIÓN DE ACTITUD





Siempre se ha dicho que la innovación es ante todo una actitud antes que una aptitud. Los más escépticos se mueven en la ambigüedad de afirmar que ambas cosas siempre deben estar presentes, pero es indudable que la actitud prima sobre cualquier otra cosa. Y la prueba definitiva se encuentra en nuestro cerebro que, sí o sí, se mueve ante todo por emociones, al menos primariamente.
Cuando nos encontramos ante una situación problemática, nuestra primera reacción no es analizar, identificar, reflexionar o, menos aún, resolver. Muy al contrario, nuestra primera reacción es esencialmente emocional, algo así como “me gusta, no me gusta” y, en base a ello continuaremos adelante activando nuestras habilidades o bien recularemos presentando excusas tales como “es imposible”, “esto no me corresponde”, “yo no tengo la culpa” o “no es el momento”.
Cuesta admitir nuestra esencia emocional como reacción primaria, pero es irrefutable y sobre todo explica otro hecho universal: unos pueden y otros no.
“Unos pueden” es una forma de aludir al talento de las personas para enfrentar problemas y resolverlos de forma creativa desembocando en un acto innovador. Pero aquellos que “pueden” no concentran su talento exclusivamente en sus habilidades y capacidades operativas. Por el contrario son personas que presentan unos perfiles emocionales potentes y equilibrados. Cierto que ambos componentes son imprescindibles, pero hay un hecho incuestionable: primero la gallina y más tarde el huevo. Personas con altas competencias operativas pueden llegar a neutralizarse ante una oportunidad de cambio por una cuestión de “me gusta, no me gusta”, “puedo o no puedo”.
Nos molesta admitir que, en primera instancia, somos como niños caprichosos que hoy dicen no y mañana dicen sí. Pero la cuestión no es "ser como niños", sino pensar que "hemos sido niños" y hemos llegado hasta donde hemos llegado aprendiendo a desarrollar nuestras habilidades y competencias, identificando aquello en lo que realmente podemos ser buenos, centrándonos en ello y persistiendo en desarrollar nuestro talento individual e intransferible. Y todo ello, gracias a nuestra actitud que nos permite seguir adelante cada día.
Traducir todo esto al mundo real, supone constatar que un gran número de   organizaciones que persiguen incorporar la innovación a su ADN se centran en la búsqueda de talento en términos de capacidades operativas olvidando algo tan primario como la voluntad, la persistencia, la resiliencia, la permeabilidad, la gestión de la incertidumbre y, en definitiva la actitud.
Quizás la actitud explique los grandes casos históricos de innovación: el fuego, la rueda, la escritura…

En otras palabras, somos lo que somos gracias a nuestra actitud.

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