viernes, 30 de agosto de 2013

DESMONTANDO A LAS PERSONAS




La percepción tradicional de la persona en una organización, compañía, empresa o como queramos llamar a esa asociación para el bien común de quienes en ella se integran, acostumbra a ser la de “trabajador” en términos generales y sin distingos de su capacitación, de ahí podemos abundar eufemismos tales como cuello blanco, azul, rosa o verde según la tipología de trabajo que desempeña; fijo, indefinido, discontinuo o temporal de acuerdo al tipo de contrato y duración aunque, en resumidas cuentas, tarde o temprano todos acabamos recurriendo a la acepción más popular: empleado.
Lógicamente, todas estas denominaciones tienen su origen en la primera Revolución Industrial y han ido evolucionando en base a la progresiva apertura de una visión bipolar de la sociedad. Pero esa evolución nos ha conducido a un callejón sin salida desde el momento que hemos pasado a declarar que una organización está compuesta no de trabajadores, asalariados o empleados, sino “personas”. Más aún, defendemos que el auténtico valor de una empresa reside en las personas, en su talento, capacidades y conocimiento. Realmente, tanto Ricardo como Marx tendrían graves dificultades a la hora no sólo de comprender esta declaración sino también en revisar sus ideas para adaptarse a la nueva realidad.
El problema al hablar de “personas” es que se trata de un concepto extremadamente filosófico. Persona es el ser dotado de razón, consciente de sí mismo y dotado de una identidad propia, ahí es nada.
Desde un punto de vista estructural, evidentemente la nueva categorización nos conduce al Olimpo de la igualdad en términos de fuerza de trabajo. Todos somos personas en una organización. Son personas por igual el consejero delegado y el encargado de pasar la fregona por aseos y pasillos, el director de Recursos Humanos y el delegado sindical, el director general y el becario, el “chispas” de mantenimiento y el ingeniero de sistemas. En resumidas cuentas, hemos asistido a una silenciosa y pacífica toma de la Bastilla que nos ha conducido a la libertad, fraternidad e igualdad de todas las personas unidos por los lazos del talento, el conocimiento, la creatividad, el emprendimiento y el liderazgo compartido.
Si creen que exagero, no tienen más que teclear en la red “personas + valor + empresa”. Yo lo he hecho y de entre los cientos de posibilidades he elegido una al azar que expresa el nuevo credo de una conocida empresa española. Dice así:

“En un mundo globalizado sometido a una constante competencia, debemos ir más allá de los códigos tradicionales que han impuesto absurdos limites a la forma de organizarnos y trabajar. Sólo una nueva visión del papel de los hombres y mujeres de nuestra organización puede hacernos más competitivos.
Las personas y sólo las personas son el autentico valor de nuestra empresa. Los fundamentos de nuestro éxito son el conocimiento, el talento, la creatividad, las habilidades y el compromiso de nuestras personas. Sus capacidades y talentos son nuestro mayor potencial…”

A poco que se lea entre líneas, se adivinan oscuras intenciones en palabras tales como “hacernos más competitivos” o la utilización posesiva de “nuestras personas”, pero por lo demás, uno apenas contiene las lagrimas ante semejante declaración que dejaría patidifuso al mismísimo Owen desde su arcadia de New Lanark. Afortunadamente, Taylor pondría las cosas en su sitio con aquello de para llegar a ser malo hay que parecer un santo.

Pero, seamos serios. La cuestión no es si somos fuerza de trabajo maltratada o personas, querubines ácratas o sátiros del vil capital.
La cuestión es más simple que todo eso. ¿A qué llamamos talento, conocimiento, emprendimiento o creatividad?
La cuestión es aún más sencilla. ¿Qué tienen en común el consejero, el director general, el ingeniero, el chispas o el responsable de la higiene y limpieza corporativa?
Hasta resulta absurdamente elemental. No somos iguales en relación a nuestros conocimientos porque si así fuera ya podríamos ir olvidándonos de la eficiencia y la eficacia. Somos aún menos iguales en nuestras retribuciones aunque podrían ser más racionales. Tampoco somos iguales en nuestro aspecto y formas aunque, al final, todos acabemos el día en una cama. Los hay pragmáticos, insoportablemente teóricos, listillos y hasta imbéciles redomados. Buena gente y cabritos en crecimiento. Terroristas creativos y fanáticos del manual. Timoratos y exhibicionistas en sus ratos libres. Trajeados de Canali y camiseteros del Sepu. Individuos con influencia y gente de paso. Ilusionados, emocionados, embrujados con su trabajo y eternos angustiados. Felices y desencantados. Optimistas mal informados y pesimistas desde la cuna. Solteros y solteras, casados y casadas, divorciados, separadas, creyentes y agnósticos, veganos y omnívoros que se comerían hasta a su madre. Es lo que hay…
Si quieren redúzcanlo todo a personas, pero no conseguirán acabar con el autentico valor de una empresa que no es otro que esa maravillosa diversidad que, si se acepta y se consigue focalizar en retos comunes, puede acabar dando lugar a esa cosa que los humanos llamamos éxito. Y es que para llegar a ser un santo hay que aceptar que también se debe ser algo malo.




LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...