viernes, 7 de junio de 2013

RECURSOS HUMANAMENTE HUMANOS



Dejando de lado las perspectivas normativas o positivas, la oculta ambición de la ciencia económica por la exactitud y precisión le ha conducido, entre otras muchas cosas, a esa extraña adicción por la disyuntiva paranoica en la toma de decisiones estratégicas tanto en la vertiente macro como microeconómica. Llegada la hora de decidir, la cuestión siempre se plantea en términos de “o”, descartando toda posibilidad de contemplar un “y”. En este sentido, quizás el keynesianismo haya sido la única excepción agnóstica a la norma.

Descendiendo a tierra, las empresas siempre acaban por plantearse la única disyuntiva admitida: personas o resultados. Y es que ambos  factores difícilmente se admiten en una misma ecuación. Nos guste o no, al final, llegado el momento de decidir, los resultados son los que cuentan y todo lo demás no pasan de ser concesiones ocasionales a un modelo universalmente aceptado.

Las personas continúan siendo fuerza de trabajo aunque, por supuesto, adecuadamente maquillada por aquello del progreso y la modernidad. La higiene, seguridad, formación, remuneración, respeto, conciliación y ese largo etcétera que parece no tener fin se olvida, una y otra vez, del derecho más básico y humano: querer ser cada día un poco mejor, encontrar un sentido a tantos años, meses, días y horas más allá de la justa compensación económica, alcanzar la consciencia del querer y poder, desarrollarse como persona inteligente más allá de las rutinas y procesos controlados. En definitiva, saberse útil.

Sin embargo, el modelo desprecia esta posibilidad, frente a la certidumbre que proporciona la división de tareas y responsabilidades en aras de la productividad y loor de ese oscuro concepto que es el bien común, eufemismo barroco de ese contrasentido que se sintetiza en el “si yo estoy bien tú también lo estarás” aunque lógicamente diez escalones más abajo.

La cuestión no es invertir en las personas sino invertir en aquello que las haga más productivas. Esta es la consigna que ha dominado nuestras empresas desde que hace ya cien años, alguien pensó que ya era llegada la hora de humanizar el sistema. Sin embargo, a poco que nos paremos a pensar, apenas si hemos evolucionado desde los tiempos del inconmensurable Robert Owen y su New Lanark junto al Clyde. Simplemente hemos creado un sistema más “amable”, pero en el fondo, continuamos desconfiando no de las personas, pero sí de sus capacidades y conocimientos prácticos.

Eso que denominamos Recursos Humanos son la máxima expresión de un sistema que intenta ser amable sin caer en el paternalismo, pero menos aún en esa lacra de la ciencia económica que es el humanismo. Seleccionemos, contratemos, remuneremos, formemos y si es el caso despidamos, pero siempre de acuerdo a un modelo que ha dejado bien claro quién puede pensar, quién decidir, quién conocer, quién crear y quiénes ejecutar. Es así, nos guste o no y si todavía no están suficientemente convencidos, no tienen más que caer en la cuenta de cómo somos aleccionados en ello desde muy temprana edad en esos curiosos templos que llamamos escuelas, institutos y finalmente facultades.

Pero si todavía les queda alguna duda, no tienen más que confirmar la reacción ante cualquier posible alternativa al modelo dominante y que casi siempre se traduce en  la acostumbrada paranoica disyuntiva: o invertimos en las personas o lo hacemos en la empresa. En definitiva, las personas y la empresa no parecen ser la misma cosa.


No pierdan de vista esta última reflexión porque, aunque no lo parezca, es la raíz del fracaso de muchos intentos bienintencionados de cambiar el estado de las cosas. Podemos inundar nuestros discursos de palabras tales como emprendimiento corporativo, gestión del conocimiento, innovación extensiva, creatividad, redes inteligentes y muchas más. Pero mientras no seamos capaces de avanzar del “o” al “y”, todo quedará en buenas intenciones, pero recuerden que las buenas intenciones son las que siempre nos han acabado por llevar al desastre. 

No hay personas y empresa, no puede haberlo porque hablamos de una misma cosa. Pero sí debe haber personas y resultados porque lo uno no tiene sentido sin lo otro. Cuando esto ocurra, habremos conseguido que los Recursos sean Humanamente Humanos.

domingo, 2 de junio de 2013

CONOCIMIENTO ERGO INNOVACIÓN EXTENSIVA




Cuando una organización se plantea convertir a las personas en su eje estratégico en lo que a desarrollo y generación de valor se refiere, se está planteando no sólo una revolución organizacional, sino también una transformación total que le situará en nuevos escenarios de productividad, competitividad, convivencia y referencia como modelo inspirador para otros que continúan dudando si atreverse a dar el paso y cómo hacerlo.

De partida, la organización debiera olvidar todo lo hecho hasta ese momento, no porque vaya a desecharlo sino porque son elementos de cubierta de la nueva arquitectura que conviene no utilizarlos hasta que el basamento del edificio se haya consolidado. En otras palabras, en la mayor parte de los casos se ha comenzado la obra por el tejado desarrollando áreas de innovación de clara raíz tecnológica, departamentos de calidad excesivamente centrados en control de procesos y gestión burocrática así como iniciativas colaterales estructuradas en términos de acciones o sugerencias de mejora con escasa continuidad en el tiempo. Todo ello sin llegar a implicar de forma efectiva y continua al cien por cien de las personas, bien porque se ha intentado y no se ha conseguido o simplemente porque ni se ha considerado.

Una vez superada esta tentación, la organización debiera plantearse dos objetivos primarios:

* Invertir en investigación interna
* Invertir en innovación extensiva

Y todo ello, teniendo claro que la investigación interna no es otra cosa que invertir en la generación de conocimiento activo y compartido a diferencia de la innovación extensiva que consiste en invertir ese conocimiento para obtener valor o, si lo prefieren, dinero.

Tener claro estos matices es la condición sine qua non para no volver a caer en los errores del pasado. No hay innovación sin conocimiento, a menos que se aspire a la simple novedad. Pero tampoco hay conocimiento sin personas y  el conocimiento de una empresa no es una prerrogativa exclusiva del equipo directivo y, menos aún, de todos aquellos que disponen de mesa. El conocimiento es corporativo, nunca exclusivo, siempre inclusivo y comprensivo. El conocimiento está ahí, pero debemos invertir en aflorarlo, estructurarlo, compartirlo y, sobre todo, ponerlo a trabajar para la generación de nuevo conocimiento que no es otra cosa que eso que llamamos innovación.

Hablamos de “investigación interna” porque nos centramos en descubrir el conocimiento que se ha generado en las interacciones del conjunto de las personas con su entorno inmediato, interno y externo.
Hablamos de “innovación extensiva” porque persigue implicar a todos los agentes activos directos e indirectos, desde el operario que ejecuta la rutina más evidente al proveedor más molesto o el cliente más insospechado. Un proceso es la suma de un conjunto de componentes y el último de ellos no es necesariamente el más vital en su éxito. Cuando me desplazo en avión, aparentemente el piloto es la pieza clave, pero cuando mi maleta aparece a tres mil kilómetros del punto de destino, comienzan a aparecer otras personas igual de vitales en el proceso.

¿Quiere invertir en convertir el conocimiento de su empresa en un fenómeno activo?

¿Quiere invertir ese conocimiento para obtener dinero?

Ya sabe por dónde debe empezar…

Buenos días, tardes o noches, pero en cualquier caso, invierta en aquello que persigue.

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