miércoles, 29 de febrero de 2012

EMPRENDIMIENTO EN ESTADO PURO: THE WALK ON PROJECT


Hoy celebramos el Día Mundial de las Enfermedades Raras y con este motivo quisiera hablar de emprendimiento más allá del horizonte empresarial y económico en general. Quisiera hablar de EMPRENDIMIENTO VITAL, el origen y la esencia de cualquier otra expresión de algo consustancial a la condición humana aunque difícil de asumir y ejercer.

The Walk On Project es una de las expresiones más genuinas de ese emprendimiento que, hoy por hoy, podemos encontrar en este atormentado país. Un proyecto impulsado por Mikel Rentería y Mentxu Mendieta, dos personas que tuve la fortuna de conocer como alumnos y ahora recupero como emprendedores vitales.

¿Qué es The Walk On Project?

Muchas cosas, pero fundamentalmente una lección de esperanza y convicción en un futuro posible y mejor.

The Walk On Project nació en la desesperanza, en la brutal incertidumbre que provoca saber que tu hijo de seis años apenas tendrá futuro por culpa de algo tan desconocido e impronunciable como es la Leucodistrofia, una enfermedad genética neurodegenerativa “rara” y, en consecuencia, olvidada en el campo de la investigación.

Mikel y Mentxu sufrieron la llegada de la turbulencia con toda su intensidad. La crisis y la recesión profunda fueron súbitas, pero lejos de abandonarse a la fatalidad, decidieron “emprender”, afrontar esa incomprensible venganza de la vida buscando no sólo alternativas para su hijo Jon, sino también luchando por ofrecérselas a muchos otros que no conocen y que jamás llegarán a conocer, pero que merecen un futuro posible y mejor.

Las becas de investigación son normalmente concedidas por instituciones públicas, grandes corporaciones o instituciones privadas respaldadas por estas últimas. The The Walk On Project no es ninguna de estas cosas, pero va a ofrecer una beca de 100.000 euros para la investigación de estas enfermedades por raras, olvidadas. Cien mil euros reunidos a golpe de emprendimiento y creatividad.

No quiero extenderme en explicar los detalles de su aventura porque creo que merece la pena pasar por su web y hacerles conocer nuestro agradecimiento por su lección de emprendimiento vital. Me dicen los que de estas cosas entienden que entre ochocientas y mil personas pasan cada día por este blog. No se si son muchas o pocas y es lo que menos me interesa, sinceramente. Pero estoy seguro que muchos de ellos son emprendedores, consultores y demás gentes de este peculiar mundo en el que trabajo. Sería buena cosa que reconociéramos esta expresión de emprendimiento en estado puro.

Mikel, Mentxu, gracias por enseñarnos que todos, absolutamente todos, podemos ser emprendedores. Gracias por recordarnos que debemos defender la esperanza frente a la resignación. Gracias por demostrarnos que hay Vida más allá de la vida. Hoy, todos somos en este país un poco Jon, pero nada debe asustarnos mientras tengamos la certeza de que contamos con personas como vosotros.

Gracias

PD

Si deseas más información sobre The Walk On Project, puedes ponerte en contacto con Mikel y Mentxu en info@walkonprojet.org .







jueves, 23 de febrero de 2012

UNA EMPRESA SIN ALMA


A ustedes no se si les pasará, pero a mi me ocurre que tan sólo necesito diez o quince minutos en una empresa, sea cual sea su dimensión y actividad, para comprobar si tiene alma o carece de ella.

En otros prados, hablar del alma supone elevarse a un nivel metafísico indescifrable, pero en la empresa es algo palpable, visible y, en definitiva, empíricamente demostrable. Hablar del alma de la empresa es hablar de sus personas, de la primera a la última.

Existen multitud de empresas tan afinadas como un piano. Funcionan a la perfección y cumplen muchos de los indicadores de eso que denominamos “éxito”. Pero, desgraciadamente, carecen de alma. Sus personas simplemente trabajan; trabajan de forma eficiente y responsable, son, en definitiva, grandes profesionales, pero carecen de aquello que realmente las haría grandes, casi perfectas. Si lo piensan por un momento, les vendrá más de un caso a la mente. A mi me vienen unos cuantos, así de repente: El Corte Inglés, Vueling o Iberia, Repsol, Banco Santander, Iberdrola…No, no piensen que el tamaño condiciona, también las hay de uno o dos trabajadores, pero sí es cierto que la “gran empresa española”, en términos generales, es competitiva, aunque se empeñen en decir lo contrario, pero también es anónima, gris, emocionalmente plana, en una palabra: le falta el alma.

El alma en una empresa es signo de vida, la suma de vidas de todas las personas que trabajan en ella, pero que también se desarrollan vitalmente y, en definitiva, se sienten orgullosas de trabajar en ella. Es un sentimiento que va más allá de las condiciones ambientales, salariales y de seguridad. No es parte de un plan o estrategia calculada. Hablamos de algo profundo que se expresa espontáneamente, sin esfuerzo. Es la conjunción de intereses individuales y oportunidades colectivas, jerarquías asumidas, responsabilidades compartidas.

¿Quién es el responsable del alma de la empresa?

Todos y nadie, pero sí existen guardianes en el centeno que deben cuidar por su pervivencia. No son otros que el staff directivo. Ellos pueden ser la puerta o la muralla. Pueden ser el río con su liderazgo trascendental o convertirse en la presa que todo lo contiene con su correcto y escrupuloso espíritu gerencial. Ellos tienen en sus manos potenciar el alma de una empresa o convertirla en una maquina rentable aunque castrada vitalmente. No es cuestión de miedos o simple sentido del deber. Más bien se trata de confianza en sí mismos, el origen de la confianza en los demás. Quizás aquel viejo empresario de Manchester, Baracaldo o Badalona pensara que las personas no eran otra cosa que “recursos humanos” a combinar con los materiales. Pero los tiempos no han cambiado, más bien hemos sido nosotros quienes los hemos hecho cambiar para descubrir que la empresa, entre otras cosas, es una comunidad de intereses, pero, sobre todo, debe ser un lugar de oportunidades y que quienes las aprovechen no podrán hacer otra cosa sino generar valor en todas sus dimensiones.

Hemos dejado atrás a Owen y sus buenas intenciones. No es cuestión de tratar dignamente al trabajador esperando así un mayor rendimiento y productividad. Las personas poseen cualidades físicas e intelectuales y quienes no aprovechen ambas oportunidades sólo pueden ser calificados de imbéciles en el estricto sentido de la palabra. El Corte Inglés es como un reloj suizo, un mecanismo escrupulosamente engrasado que crece en momentos de expansión y sabe mantenerse en los de contracción, pero, como decía, carece de alma. ¿Es una elección? ¿Crecer o contemporizar? ¿Hacer negocio o hacer amigos? No, todo esto suena a vieja doctrina de parvulario empresarial, aderezada con salmodias de sindicalista del tres al cuarto. De igual forma que hay empresas sin alma que funcionan a la perfección, existen igual número que incluso las superan en resultados con una cultura corporativa sustentada en la excelencia de las personas como personas. Empresas que hacen realidad aquello de “nadie trabaja por nada, pero tampoco debiera hacerlo exclusivamente por dinero”. Por supuesto que todos conocemos casos de gentes que sólo trabajan por dinero y que, llegados los cuarenta, comienzan a desgranar esa cuenta atrás hacia una jubilación triste y monótona, como habrá sido su vida hasta ese momento. Pero, quizás, la pregunta que habría que hacerse es ¿en qué medida ha contribuido la empresa a generar ese zombi social?

Conozco personas cuyo trabajo consiste en apretar tres botones y poco más, pero que también tienen la oportunidad de “tener ideas” para llegar a apretar sólo dos o pueden participar en proyectos junto a las gentes de cuello blanco. Personas que no tendrán un trabajo de gran responsabilidad, pero que se sienten parte de la empresa porque son importantes para ella, más allá de los discursos y la verborrea barata. Quizás no tengan un relojito bañado en oro, una plaquita de alpaca o algún otro relicario que les acompañe en el limbo del Imserso, pero tampoco le hará falta porque habrá vivido sin necesidad de esperar cuarenta años para intentar hacerlo.

Esa y no otra es la grandeza de una empresa y, en definitiva, la sabiduría de sus directivos, el liderazgo que hace importante al otro.

¿De qué sirve hablar de la construcción de conocimiento si restringimos el pensamiento?

¿A dónde lleva el evangelio de la Innovación si queda encerrado en las paredes de un laboratorio o en el paraíso tecnológico?

¿A quién podemos hablar de Emprendimiento si preferimos el sometimiento a la rutina perfecta?

¿Cómo se puede hablar de conciliación cuando no somos capaces de percibir que las personas tienen derecho a tener su segunda familia en la empresa?

¿De qué sirve empeñarse en la Responsabilidad Social Empresarial cuando no somos capaces de ofrecer a las personas oportunidades de desarrollo vital en toda su extensión?

Una empresa sin alma es como un payaso sin sonrisa, lo intenta, pero no convence.

miércoles, 22 de febrero de 2012

EL EXTRAÑO NEGOCIO DE LA CONSULTORÍA


Las sucesivas revelaciones sobre el denominado “Caso Urdangarin” continúan causando estupor en la opinión pública que no acaba de tener un momento de paz sobre lo ocurrido en la primera década de este siglo. Hoy nos desayunábamos con un nuevo capítulo que habla de nuevos informes plagiados en internet y pagados a precio de oro. Quizás esto pueda asombrar al ciudadano de a pie, pero no pilla de nuevas a los profesionales de la consultoría que somos conscientes del desafortunado uso del “método de la plantilla” en más de una ocasión. Se cambian sujetos y predicados y ya tenemos un radiante informe técnico listo para su entrega y facturación. No es la norma, sino más bien la excepción, pero darse, se da.

Sin embargo, todo este lío del Urdangarin deja entrever otra práctica, nada deshonesta, pero ciertamente funesta para muchas empresas.

Las pequeñas y medianas consultoras de este país son, a su manera, “fashion victims” en lo que a la captación de proyectos se refiere por parte de las grandes corporaciones. En nueve de cada diez ocasiones, las oportunidades de negocio acaban en la cartera de las “grandes y clásicas” del sector, en su mayor parte multinacionales que ofrecen un seguro de accidentes con mayor cobertura y garantías.

Si la “ocurrencia” parte del director general, consejero delegado o cualquier otro alto ejecutivo, dese por muerto si es usted un consultor del tres al cuarto. El proyecto recaerá finalmente en una de las grandes. La explicación es sencilla: gestión calculada del riesgo. En otras palabras, si al final todo se pifia o, al menos, no se alcanzan los rendimientos adecuados, es más fácil escabullir el bulto con un proveedor de probada fama y dimensión. Si con este ha ocurrido esto, imagínese con Perico de los Palotes lo que pudiera haber pasado, mala suerte, sin más.

También puede ocurrir que la adjudicación dependa de “obligaciones accionariales”, solidos entramados de relaciones personales – profesionales y multitud de factores que debieran ser colaterales, pero que, desgraciadamente, son los que acaban llevándose el gato al agua.

Personalmente, he tenido pocas “incidencias” de este tipo, pero conozco colegas que no levantan cabeza, pese a su profesionalidad y genialidad. Y es que, en esto de la consultoría, el mundo funciona al revés. Si usted quiere adquirir un producto de primera necesidad generalista, seguramente acudirá a una gran superficie, comodidad, precio y rapidez lo avalan. Pero, si desea una delicatesen, es seguro que se dirigirá a un comercio de dimensiones más reducidas. Desgraciadamente las grandes corporaciones de este país y hasta las Administraciones Públicas se comportan justo a la inversa. Desean delicatesen pero se encaminan obcecadamente a las grandes superficies en las que el servicio está garantizado, pero a costa de pagar caviar iraní por sucedáneo y ser atendido en la mayor parte de las ocasiones por personal junior respaldado por un backoffice más junior si cabe y trufado de esforzados becarios. En una palabra, compran un utilitario a precio de maserati cuando en la mayor parte de las ocasiones, las consultoras nacionales ofrecen impecables bugattis a precios más que razonables. De hecho, si ocurre lo contrario, más vale desconfiar y pensar que hay gato encerrado porque, no lo duden, cuando el encargo recae en un desconocido, mal asunto. Por supuesto, hay muchas excepciones a la regla, pero desgraciadamente la regla se cumple con alarmante frecuencia.

Personalmente he tenido experiencias gratamente satisfactorias allende los Pirineos. La explicación es sencilla. El cliente sabe lo que quiere y busca a quien pueda hacerlo de la mejor manera posible y a un precio razonable sin importar el tamaño o el nombre. Aquí, como en tantas otras cosas, alabamos el zapato inglés o el mocasín americano convencidos de que en Mallorca, alpargatas y poco más. Resulta más fino aquello de brindar con champagne de la viuda o vestir un overcoat genuinamente british made in China.

El asunto no es si Iñaki hizo esto o aquello, plagió o descargó de aquí o allá. El problema es quién se lo encargó y por qué. La desgracia es que quien lo hizo, volverá a hacerlo porque el asunto no es si el reloj marca la hora, sino si el reloj es de marca.

lunes, 20 de febrero de 2012

SIEMPRE HABRÁ PAZ PARA LOS MALVADOS


Ayer fue la noche de Enrique Urbizu. Mis más sinceras felicitaciones. Primero porque me gusta su cine y, en segundo lugar, porque la poca atención que prestaba a mis clases junto a su amigo Marías, ha terminado por ser productiva, cosa que nunca dudé aunque, Enrique, entre nosotros, en más de una ocasión te hubiera mandado a hacer puñetas. Sin embargo, me vas a permitir que juegue con el título de tu película y acabe concluyendo que, hoy por hoy, muchos de los malvados gozan de la paz en este país. Quizás sea por aquello de que la Justicia, ¡ay, pobre mía!, es ciega y en esto del esconderite, ya se sabe…

Dicen que también es ciego el mecanismo que rige los ciclos económicos, arriba, abajo y vuelta a empezar. Pero esto no siempre fue así. En un principio, la divina providencia cuidaba de nosotros, incluso cuando la hambruna o la peste se llevaba por delante dos o tres millones de desgraciados sin importar estamento o condición o, al menos, eso relatan los pétreos comics que adornan las entradas de capillas y catedrales. Sin embargo, siempre quedaba el consuelo de la “otra vida” aunque para ello había que sufrir en la terrenal. Lo uno o lo otro.

Este fue el estado de las cosas hasta que la manzana vino a importunar la siesta del bueno de Newton y todo se fue a la mierda o lo que es lo mismo, las cosas empezaron a encontrar su sentido sin necesidad de tener que recurrir a Dios. No era necesaria la intervención divina para conseguir el bien común. El interés propio y un afinado instinto de supervivencia eran más que suficientes para alcanzar el equilibrio deseado. Más tarde, llegó Darwin para acabar de rematarla y, finalmente, Spencer puso la guinda al pastel de la autosuficiencia, justificando de paso, cosas tan peregrinas como las suculentas herencias y la posición de privilegio de los herederos o hasta incluso las estrategias del oscuro cabo austriaco para desembarazarse de los subhumanos de este mundo.

Ante tal cumulo de evidencias, no es de extrañar que el conspicuo Adam Smith considerará inútil no sólo la intervención divina, sino también la del Estado a la hora de conseguir el equilibrio perfecto. Bastaba un ligero toque de egoísmo combinado con la adecuada dosis de instinto de supervivencia para que, como afirmaba Spencer, se lograra “un progreso constante hacia un grado más elevado de capacidad, inteligencia y autorregulación”. Quizás en lo único que no estuvo muy afinado el escoces fue en el bautizo de tan increíble prodigio: la Mano Invisible. Suena más bien a superhéroe de segunda aunque, en realidad, no es otra cosa que un razonamiento limite a una cuestión inexplicable: ¿cómo puede un malvado contribuir al bien común persiguiendo su propio interés?

Querido Enrique, si lo piensas, debes mucho a los malvados de este mundo. Diría que hasta hubieran merecido un recordatorio cuando ayer recogías tu Goya y es que sin indios no hay vaqueros, sin Capone no hay Ness, Max Cady o la enfermera Ratched no hubieran tenido oportunidad alguna si, al final, no se hubiera demostrado que sin ellos no hay bondad, sacrificio, heroísmo y, en definitiva, el bien y el progreso de la Humanidad.

Ni Mano Invisible, ni la madre que la parió, tan sólo malvados o, como decía mi abuela que en paz descanse: más malos que el sebo. Quizás esto explique la reacción ante la inexplicable persecución de que fueron objeto los malvados por parte del ex – juez Garzón. No se podía consentir tan maño ataque al bien común. ¿Qué sería de nosotros sin malvados?

Tan sólo es cuestión de percibir la realidad con los ojos del “bien común”. Baste como ejemplo la inoportuna campaña del Estado contra los fumadores que no tendrá otro efecto que el de desequilibrar, aún más si cabe, las cuentas públicas. Nos han vendido la falacia de los altos costes sociales del tabaco cuando no es otra cosa que la panacea al crónico déficit de la sanidad pública. El tabaco mata, de eso no hay duda. Pero precisamente por ello, contribuye al ahorro en términos de pensiones y cuidados de todo tipo hasta que, finalmente, uno la acaba diñando simplemente de viejo. Un fumador medio no sólo contribuye al bien común con los impuestos que abona religiosamente al adquirir la cajetilla de tabaco, también lo hace al acortar significativamente su vida. Por esta misma razón, el airbag es una invención diabólica.

España tiene un gran futuro por delante si nos atenemos al considerable número de chorizos de corbata, saqueadores financieros, políticos a los que ni las putas los quieren como hijos, cónyuges de y demás especies ibéricas que, sin saberlo, están contribuyendo al bien común.

Querido Enrique, quizás sea hora de pensar en una segunda entrega aunque esta vez debieras eliminar la negación del título y dejarlo simplemente en SIEMPRE HABRA PAZ PARA LOS MALVADOS.

martes, 14 de febrero de 2012

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL GRIS


Los trabajos son algo así como los pimientos de Padrón, unos pican y otros no. Nuestras vivencias y sentimientos hacia el trabajo recorren todo el pantone emocional, desde la pasión al tormento pasando por la indiferencia o la triste penitencia. La naturaleza del trabajo en sí mismo puede influir en nuestra percepción. De partida, no es lo mismo investigar en un laboratorio que dar paso a los vehículos en una olvidada carretera moviendo de izquierda a derecha el stop&go. Pero ésta no es la única, ni última causa de nuestra felicidad o infortunio. Tomen por ejemplo el mundo de la educación, un espacio vital que puede ir desde la satisfacción absoluta a la maldición más enconada. Personalmente, siempre he mantenido que quien accede a ese mundo, puede hacerlo de dos formas: con vocación y entonces hablamos de “educadores” o por necesidad o resignación y entonces hablamos de “profesores”. Pero jamás me he permitido juzgar a unos u otros a sabiendas de que desconozco multitud de factores que explicarían sus actitudes. Factores personales que pueden tener su origen diez o veinte años atrás, entornos sociales, familiares o profesionales, desarrollos psicoevolutivos contrapuestos o, simplemente, oportunidad, azar o necesidad. De una u otra forma, la diversidad se expresa con toda su riqueza aunque también crudeza en el interior de una organización, entendida como empresa, sea cual sea su tamaño, dimensión, actividad o grado de éxito o fracaso.

En una empresa siempre tendremos quienes trabajen por vocación y pasión, aquellos que lo hacen por obligación y quienes ni siquiera sepan por qué lo hacen más allá de la necesidad vital de sobrevivir un mes tras otros. Esa y no otra es la realidad, nos guste o no. Pero esta evidencia, en forma alguna, debe conducirnos al fatalismo y, en consecuencia, la renuncia a ser cada día un poco mejores a través de la búsqueda de oportunidades y resolución de los problemas, cambiando, avanzando, progresando.

Cuando alguien piensa en dar una oportunidad a su empresa para ir más allá de las rutinas, los riesgos controlados, los beneficios calculados y, en definitiva, confiar más en la posibilidad que en la probabilidad, tarde o temprano, acaba pensando en la reacción de las personas. ¿Adhesión? ¿Indiferencia? ¿Oposición? Ni una, ni otra, sino más bien todas al tiempo y si no es así, comience a preguntarse si realmente conoce su empresa lo suficiente o vive en el limbo de los justos.

La tolerancia humana a la incertidumbre es inversamente proporcional a su necesidad de seguridad. Podemos relativizar esta afirmación, pero como describió acertadamente Orwell: “todos los animales son iguales, ¡pero algunos son más iguales que otros!” En definitiva, cualquier propuesta que implique la posibilidad de un cambio siempre recibirá de partida un significativo rechazo acompañado de algunas muestras de recelo, expresiones de neutralidad y, finalmente, apasionadas adhesiones. De hecho, si no recibe estímulos negativos, comience a pensar que, una de dos, o se explicado usted mal o están a punto de metérsela doblada.

Aceptada y asumida esta diversidad, a continuación, surge la obligada pregunta: ¿cuál será su respuesta?

La experiencia desgraciadamente nos dice que un alto porcentaje de “activadores” concentrarán sus esfuerzos en convencer a los renuentes de la bondad y necesidad del cambio que se propone. Error fatal. Consumirán todos sus recursos materiales y emocionales en una empresa de éxito más que dudoso teniendo en cuenta que, en estos casos, a mayor atención, mayor ofuscación en la actitud y finalmente, cuando llegue el momento de iniciar el cambio, apenas quedarán fuerzas, ni adhesiones iniciales que se han visto olvidadas y desatendidas. En una palabra, todo no seguirá igual, sino que habrá ido a peor. La próxima tentativa apenas tendrá posibilidades. Los impermeables al cambio se habrán tornado más irreductibles si cabe y aquellos que eran tan permeables como un terreno arcilloso comenzarán a militar en las filas de la indecisión y la neutralidad.

¿Debo encomendarme a la providencia y tirar para adelante?

No es necesario que eleve plegarias, pero sí, debe seguir adelante apoyándose en aquellos que creen firmemente en el reto. No dedique ni un minuto a la conversión de los agnósticos. Todo a su tiempo. Ahora la prioridad es avanzar y, sobre todo, comenzar a demostrar que es posible, no simplemente probable. A medida que lo haga, comenzará a percibir cierto desplazamiento de actitudes neutrales o ligeramente escépticas hacia sus posiciones. ¡Bienvenidos!

¿Pero y los irreductibles?

Crearán algún que otro problema, pero nada que sea insalvable. Recuerde que son adoradores de la seguridad estática y hasta la creación de emboscadas les produce incertidumbre. Y, sobre todo, comprenda que no entienda su actitud. Es su mejor estrategia.

Finalmente, cuando las nuevas propuestas comiencen a imponerse, demostrando su viabilidad, posibilidades de éxito y, en definitiva, se vayan consolidando como nuevas rutinas, los irreductibles comenzarán a integrarse en la nueva realidad que, al parecer, les puede ofrecer esa seguridad y monotonía que tanto desean. Nunca llegarán a ser esas personas activas, creativas, colaboradoras y estratégicas que usted desearía. Pero recuerde, los pimientos de Padrón son así, unos pican y otros no. Hay educadores y profesores. El objetivo es que cada vez haya más razones y oportunidades para que nadie se contente con ser simplemente profesor.

Siempre quedará alguno, pero no se preocupe, es parte de la vida y, además, si no existiera el blanco, ¿cómo podríamos percibir el negro? El objetivo es conseguir ir más allá del gris.


PD

Este post es, en realidad, una respuesta a mi buen amigo Fernando López, Soul Business puro.


lunes, 13 de febrero de 2012

LOS RECURSOS DE LOS HUMANOS QUE NO LOS RECURSOS HUMANOS


Aunque el progresivo cambio climático imponga sus nuevas condiciones, de momento, el espectáculo de los bosques de Irati continua conmoviéndonos un otoño tras otro. Sin embargo, aunque aparentemente lo parezca, el bosque no es el mismo que contemplamos el año anterior, el biotopo y la biocenosis deben acomodarse a los tiempos que, en términos del ecosistema, no es otra cosa que los condicionamientos que los factores externos imponen. Quizás el bosque no permita vislumbrar el haya, el abedul o el serval, pero están ahí y evolucionan año tras año.

Quizás la empresa no nos permita percibir en toda su intensidad a las personas que hay tras ella más allá de la organización, protocolos, normativas y sistemas que la regulan. Pero están ahí y debieran evolucionar año tras año más allá de las rutinas y tácticas que exigen una mayor eficacia y eficiencia. Incluso más allá de la retórica declaración de su misión, visión y valores.

Quizás resulte contradictorio embestir contra el término “Recursos Humanos” como algo trasnochado e inadecuado cuando, en realidad, tuvo su origen en una reacción decidida al taylorismo imperante en los inicios del pasado siglo, un movimiento convencido de que las personas eran algo más que simples piezas del engranaje productivo que había que manipular como si de un lego se tratasen buscando el mejor escenario productivo posible. Pero los arboles cambian aunque el bosque, en apariencia, continúe siendo el mismo.

La percepción de las personas como una pieza más del puzle productivo tiene su sentido desde una perspectiva estrictamente cuantitativa y optimizadora y no resulta nada nuevo, sino más bien una evolución obligada desde los viejos parámetros de la tierra, el capital y la fuerza de trabajo. Por mucho que el humanismo economicista se empeñe, esta visión está llamada a sobrevivir a los tiempos y modas porque, al fin y al cabo, hay que producir, competir y vender, expresándolo en términos groseros, pero realistas. Quizás es lo que permita sobrevivir al bosque. Pero más allá de la masa arbórea se encuentran todos y cada uno de los arboles que, al fin y al cabo, han conseguido que ello sea posible.

Los nuevos Recursos Humanos consiguieron imponerse introduciendo los necesarios componentes de humanidad, colaboración, cohesión y hasta liderazgo. Pero, quizás sea el momento de que el bosque mude su apariencia ofreciéndonos un nuevo espectáculo de color. La selección, contratación, formación, retribución y ubicación de las personas siempre será necesaria, pero nuestra evolución quizás nos obliga a reconocer que no es suficiente si deseamos continuar progresando, no sólo productivamente, sino también como personas porque, quizás, en última instancia, lo importante sea ver el bosque, pero sin todos y cada uno de los arboles jamás podríamos llegar a hacerlo.

Dicen que los nuevos factores productivos son ya cuatro y no tres. Hablamos del capital mental, el técnico, material e inmaterial. Pero, de momento, salvo algunas extraordinarias excepciones, son ideas huérfanas, es decir sueños que esperan convertirse en realidad. Pero lo realmente curioso es que hablamos de algo primario, esencial y consustancial a la naturaleza humana, su capacidad de combinar el acto físico con la reflexión intelectual. Una nota diferencial pero no diferenciadora como hasta ahora se ha pretendido en una interpretación piramidal de todo cuanto se mueve en el ámbito de la empresa. De igual forma que el bosque evoluciona al compas de las condiciones externas, la empresa como unidad básica de organización y producción, debe cambiar sin destruir todo aquello que ha conseguido, pero integrando aquello que olvidó en la vorágine del progreso competitivo. Las personas pueden “trabajar”, pueden “trabajar en equipo”, pueden ser cada vez más eficaces, pero nunca llegarán a ser reconocidas totalmente como personas mientras no se admita que también PUEDEN PENSAR SIN EXCEPCIÓN, INDEPENDIENTEMENTE DE SU CUALIFICACIÓN, UBICACIÓN O RETRIBUCIÓN.

Mientras esto no sea un hecho normalizado en la empresa, es inútil, cuando no absurdo, continuar hablando del valor de “lo intangible”, la economía del conocimiento, el emprendimiento interno y hasta discutir acaloradamente sobre si el liderazgo es inspirador, trascendental, compartido o metafísicamente astral.

Desde un punto de vista práctico, la aceptación y normalización de esta realidad supondría también la creación de una nueva área de gestión en esa estructura piramidal que tanto necesitamos para nuestra tranquilidad y seguridad. Si así lo hiciéramos, estaríamos cometiendo un nuevo error elemental. El pensamiento no acompaña a la acción sino que le antecede. No disparamos apuntando, aunque así lo parezca. Primero apuntamos y después disparamos. Primero reflexionamos y después actuamos y quien así no lo hace, tendrá que reflexionar sobre el error antes de volver a actuar y si continua en esta dinámica tan sólo podrá contemplar abatido el fracaso.

En el bosque de la empresa actuamos sobre las rutinas aplicando la mecánica de protocolos y procesos perfectamente definidos y probados en su eficacia y eficiencia. Este no es el lugar ni el momento del pensamiento, domina el conocer y cuanto mejor conozcamos, mejor produciremos. Pero, como ya observó hace algún tiempo Heráclito, el bosque nunca es dos veces el mismo. Las rutinas y sus tácticas tienen una existencia limitada por la propia evolución del contexto sobre el que actúan. Cuando se produce su saturación en términos de ineficacia, surge una situación que acostumbramos a llamar “problema”. Nuestro primer impulso nos conduce a la acción bajo el paradigma de la optimización y nuestra primera estrategia consiste habitualmente en tratar de insistir en la táctica que se ha demostrado superada. ¿Cuántas veces ha pulsado el comando imprimir pese a que la impresora no da señales de vida? Los problemas se resuelven pensando y después actuando sobre la estrategia que percibimos como solución. Este es el lugar y el momento de ese DERECHO A PENSAR. Es universal porque los problemas también lo son en una empresa, afectan tanto al consejero delegado como al operario de línea, pasando por el encargado del almacén automático. Cada uno de ellos debe saber y poder enfrentarse a los problemas de forma independiente y responsable, pensando, generando ideas, convirtiéndolas en estrategias y actuando para hacerlas realidad. ¡Es la evolución amigo! Las viejas tácticas dejan paso a las nuevas estrategias que, si se demuestran eficaces, pasan a convertirse en nuevas tácticas, protocolos y procedimientos, productos o modelos de negocio, éxito al fin y al cabo. Unos le llaman innovación, otros calidad total, hay quienes lo bautizan con el exótico apellido “kaizen”, también hay quienes practican un sucedáneo descafeinado que llaman “política de sugerencias” y mil cosas más. Pero, en esencia, no son otra cosa que LOS RECURSOS DE LOS HUMANOS.

miércoles, 8 de febrero de 2012

NO TRABAJAMOS CON MAQUINAS, LO HACEMOS CON PERSONAS


“No trabajamos con maquinas, lo hacemos con personas”

Esta es una afirmación que es frecuente escucharla en foros educativos preocupados por la consecución de un acto educativo integral, es decir un proceso compartido en el que unos aprenden para enseñar y otros enseñan para aprender o si se quiere, una educación en la que haya más educadores que profesores y es que los términos, aunque no lo parezca, pueden establecer un abismo entre la insoportable levedad de la monotonía impuesta y el deseo de ser cada día un poco mejor.

“No trabajamos con maquinas, lo hacemos con personas”

Esta es una afirmación que debiera presidir el departamento de Recursos Humanos de toda empresa que se precie de ser, ante todo, un conjunto de personas embarcadas en una aventura común, en otras palabras y, como se suele decir vulgarmente, un equipo cohesionado con metas deseadas y compartidas.

Sin embargo y pese a excepciones cada vez más frecuentes, la realidad nos habla de profesores y alumnos, jefes y trabajadores, uniformidad jerarquizada, tubos y embudos, para qués sin por qués y, en definitiva obligaciones inexcusables frente a compromisos y retos compartidos. Pero no podía ser de otra forma en un modelo de sociedad que, pese a estar desahuciado por la banca del tiempo, todavía se inspira en los principios del maquinismo, la producción en serie y un mercado que se dice libre. Tiempos en los que todavía se contemplan espectáculos demodé protagonizados por empresarios soeces y sindicalistas torpes y aburridos. Tiempos en los que todavía algún decano de facultad ingenieril se vanagloria de convertir en excelencia el fracaso de un alto porcentaje de sus alumnos a la hora de cursar sus estudios en los plazos razonablemente previstos. Tiempos, en fin, en los que el Director de Recursos Humanos es el primo hermano del psicópata del tres al cuarto que nos asusta desde el celuloide con la motosierra goteante.

Nadie debiera poner en duda la desigualdad porque existe y existirá desde que Villaconejos tiene memoria de sus fiestas patronales. Empresarios y trabajadores, capital y fuerza de trabajo, derechones y rojillos, feos y guapos, gordos y flacos, golfos y cándidos, arquitectos y paletas…

¿Y qué?

La cuestión no está en la desigualdad sino en la felicidad y esta no se mide necesariamente en términos de cientos o miles. No debiéramos vivir para trabajar, pero menos aún debiéramos trabajar para vivir o, al menos, no debiera ser la justificación última para aprenderse la lista de reyes borbones, la diferencia entre un suelo autóctono y uno alóctono, la condenada obligación de levantarse de la cama a toque de trompeta o la irremediable resignación que acompaña a la decisión errónea del mando intermedio a cargo de la línea de producción.

Una escuela, una empresa, un partido político, una sociedad en fin, tiene en común la reunión de una serie de personas con un único fin VIVIR no SOBREVIVIR. La desigualdad se les supone, unos aportan su dinero, otros sus títulos, estos su experiencia, aquellos su habilidad y, todos en conjunto, sueños y aspiraciones, pero desiguales aunque no por ello menos respetables. La cuestión reside en ser conscientes de ese nexo común en lugar de insistir, una y otra vez, en el principio de la desigualdad natural como principio de autoridad a preservar o reivindicación histórica por la que luchar.

Ni queremos empresarios que inspiren a Dickens en su aniversario, ni deseamos un Owen que nos consuele con su paternalismo incongruente. Ni queremos empresarios comprensivos y condescendientes, ni deseamos sindicalistas encendidos y cortos de miras. Ni obreros, ni alumnos, trabajadores o profesores, mangantes y mangados, consejeros y encargados, ni gestores disfrazados de lideres, pecadores y redentores, fontaneros o ingenieros nucleares.

Queremos personas.

Personas con talentos que no talento, ideas, dinero o ganas de trabajar, sueños y aspiraciones y, al final, por supuesto, un beneficio que les permita sobrevivir mientras continúan viviendo.

Si en estos momentos, ahora que la reflexión concluye, está esbozando una sonrisa irónica o condescendiente ante tanta ingenuidad y fantasía, lo sentiré porque no habrá comprendido nada y continuarán confundiendo la diversidad con desigualdad.

Buena suerte.

lunes, 6 de febrero de 2012

LA INDUSTRIA ALIMENTARIA O LA CENICIENTA ESPAÑOLA


En plena tormenta, convertida en un frente polar de carácter estático, existe un sector que no sólo ha conseguido evitar la destrucción de empleo sino que hasta lo ha creado, cubriendo casi un cuarto del empleo industrial en España. Un sector que representa el 8% del PIB general y nada menos que el 14% del PIB industrial. Un sector, en definitiva, que se adivina como estratégico en la reestructuración de nuestra economía y que puede y debe convertirse en uno de los motores de reactivación, pero también en una de las señas de identidad de la economía española.

No hablamos de la playa y olé, tampoco del manido recurso a la automoción y, menos aún, del glamour de las grandes constructoras, las corporaciones tecnológicas y la siempre bendita Matilde. Hablamos del sector ALIMENTARIO español. Un sector que, a poco que reflexionemos, cumple con casi todas las condiciones que impone nuestra actual situación socioeconómica, pero que antes debe resolver algunas limitaciones de carácter exógeno.

Aunque pueda parecer una contradicción, el enemigo del sector alimentario español se encuentra en casa y tiene nombre y apellido: la gran distribución. Su papel en la guerra de precios iniciada desde finales de 2009 ha sido clave para explicar el progresivo deterioro de imagen de marca que muchas de las empresas del sector han tenido que sufrir estoicamente. La menor volatilidad y la naturaleza inelástica de su demanda juegan a su favor, pero las distribuidoras las han convertido en moneda de cambio para su particular pugna por el mantenimiento de sus cuotas de mercado cuando no como estrategia para atacar al contrario donde más le duele. Hasta que se produzca la tan esperada reactivación del consumo, las empresas del sector deberán soportar esta particular amenaza estoicamente. La situación es estrictamente coyuntural y las aguas deberán volver a su cauce de forma progresiva lo que no es excusa para continuar insistiendo en una mayor clarificación en la regulación de las denominadas “líneas blancas”

Por otro lado, el sector sufre también el síndrome de cenicienta. Resulta ser uno de los pilares estratégicos de la economía española y el principal portaviones del take – off, pero es el gran desconocido para la mayor parte de la opinión pública española y, al mismo tiempo, el gran olvidado por los sucesivos gobiernos que han preferido apoyarse en sectores más glamurosos para la justificación y el autobombo, cuando, en realidad, no había razón para ello. El sector alimentario se caracteriza, entre otras cosas, por su decidida vocación innovadora, asumiendo la promoción de centros de investigación y desarrollo tecnológico que nada tienen que envidiar a otros sectores más favorecidos por la mano pública.

Todas estas limitaciones son circunstanciales y en nada deben perturbar la proyección estratégica del sector, pero no estaría de más que se desplegarán acciones de contención y atenuación de las mismas. De partida, son posibles y deseables algunas estrategias a corto y medio plazo:

INTERNACIONALIZACIÓN

La internacionalización es una de las asignaturas pendientes, incluso antes del inicio de la recesión, pero ahora se demuestra más urgente si cabe. El recorrido de crecimiento interno es limitado y debe realizarse abriendo nuevas líneas de negocio. Pero los niveles de excelencia alcanzados permiten avanzar que una aventura exterior no sólo es totalmente posible, sino también urgentemente necesaria. Pero la internacionalización no debe estar basada tanto en la externalización de una actividad como en el desarrollo de alianzas con empresas foráneas afines y la transferencia del modelo de negocio, la avanzada tecnología y la cultura de seguridad alimentaria conseguida. En esta línea, todo es posible y las posibilidades de éxito atendiendo a las necesidades de inversión ofrecen excelentes perspectivas. Quizás falte cierto grado de osadía y, sobre todo, comenzar a creerse que son el sector con mayores garantías de éxito exterior en el conjunto de la economía española. Hasta ahora, han demostrado ser un sector competitivo, ahora que tanto se habla de competitividad. Importamos el 12% de lo que consumimos, pero exportamos el 14% de nuestra producción por un valor de 16.000 millones de euros. Pero la asignatura pendiente no es tanto el incremento de nuestras exportaciones, sino el posicionamiento de bases externas de negocio.

ESPECIALIZACIÓN

Aunque el 90% de las empresas del sector son fundamentalmente pymes, son las grandes corporaciones quienes marcan el ritmo, centradas fundamentalmente en el gran consumo. Sin embargo, la industria alimentaria española debe buscar su futuro en un sabio equilibrio entre la producción generalista y el desarrollo de una imagen de marca nacional basada en un producto de alta calidad, diferenciado y dirigido, no tanto a un sector de alto poder adquisitivo, sino más bien de “ocasión especial” que redundaría en un mayor espectro de ventas. En ello tienen mucho que decir los poderes públicos, estatales y autonómicos, pero debe surgir una voluntad emprendedora por parte de las empresas puente, aquellas que ni son grandes gigantes del consumo mayorista, ni se encuentran limitadas por su reducido tamaño y capacidad. Ellas, por sí solas, pueden iniciar nuevas líneas de negocio especializado bajo distintas formulas, así por ejemplo:

¤ Tiendas propias con productos y servicios diferenciados.

¤ Alianzas con pequeñas empresas regionales para el desarrollo de una oferta de alta calidad en puntos de venta directa.

COMUNICACIÓN

No hablamos de la publicidad, táctica inherente al negocio que cada uno desarrolla con mayor o menor fortuna. Entendemos por “comunicación” la necesidad de hacerse ver y valer en el conjunto del panorama económico español. Decíamos al comienzo que el sector alimentario es el gran desconocido en sus logros y posibilidades tanto para el gran público como para las administraciones públicas. Este es el reto pendiente y que contribuiría más que cualquier otra cosa al desarrollo de la imagen de marca país, marca específica y, en definitiva, orgullo y excelencia.

Miren ustedes, los franceses son artistas en esto de vender sus quesos cuando no pueden ofrecer ni una decima parte de la variedad y calidad que poseemos en este país. Qué me dicen del aceite italiano, los vinos de acá y allá, la increíble variedad de nuestros productos hortícolas, la carne y sus derivados y, por supuesto el vino. Evidentemente, todo ello no tiene el glamour de la biotecnología, la robótica, las energías provisionalmente alternativas y toda la panoplia de oportunidades que se presentan para España, pero también para otros cuarenta o cincuenta países. Eso no es estratégico. En todo caso, son ganas de marear la perdiz cuando tenemos la codorniz en el prado.

miércoles, 1 de febrero de 2012

DONDE DUERMEN LOS SUEÑOS


El sistema educativo español tiene casi tantos malos momentos como días tiene el año, pero son particularmente tristes aquellos que coinciden con la contrarreforma que acompaña siempre al relevo del partido en el poder. Ayer José Ignacio Wert escenificó uno de esos días al anunciar reformas en el diseño temporal de la Etapa de Educación Secundaria Obligatoria, así como en la tan traída y llevada Educación para la Ciudadanía, lejana sucesora de aquella chirigota que era el FEN en tiempos de Francisquito. Sin entrar a considerar la oportunidad de estos cambios, al igual que todos los que le precedieron en anteriores gobiernos, la realidad es sólo una: una vez más, pierde el sistema educativo.

Recuerdo a unos primos lejanos, tan lejanos que apenas si los recuerdo. Pero lo que nunca olvidaré es la romería sin fin que se traían a cuenta de su flamante coche, un Seat 1430 de aquellos los tiempos. La cosa tenía su enjundia. Pedrito que así se llamaba mi primo, pese a ser ingeniero de caminos, canales, puertos y embalses, era más hortera que la Esteban en una recepción de la embajada de Gambia. El hombre gastaba absurdos dinerales en “la decoración” del cochecito: portarretratos imantado, perrito de frágiles cervicales, rosario modelo cumbayá de madera de avellano, escudos varios, una imagen de la Virgen de los Remedios a Medias, alfombrillas plasticosas de doble capa y un ventilador a pilas con los colores del Alcoyano. Esto en lo que al interior respecta, del exterior, mejor ni hablar. Isabelita, mi prima, dama de las Damas del Perpetuo Socorro, era poco amiga de tales dispendios estilosos aunque defendía a capa y espada la necesidad y oportunidad de unas mantitas de punto bobo que cubrían los asientos traseros haciendo así más agradable y hogareño el entorno al tiempo que aportaban prestancia y clase al susodicho vehículo, todo ello, por supuesto, con el correspondiente disgusto de Pedrito que consideraba aquello como, cito textualmente, “una mariconada de meapilas de los cojones”. El rifirrafe llegaba a tales extremos que cuando Pedrito conducía el vehículo, las mantitas acababan en un oscuro rincón del maletero, mientras que cuando lo hacia Isabelita, los múltiples adimentos ornamentales acaban en una bolsa de Almacenes Sepu. Mientras tanto, del nivel de aceite, la correa del ventilador y el reóstato de la entrada del carburante, no se ocupaba ni su padre con lo que el flamante cochecito era un auténtico chollo para Segismundo, ingeniero mecánico del taller de la esquina.

El sistema educativo español puede o no necesitar esto o aquello en el diseño de sus tramos, puede ser interesante una asignatura de “espíritu ciudadano” y quizás necesite replantearse sus implicaciones espirituales y metafísicas. Pero, ciertamente, estas son cuestiones menores por no decir estúpidas frente a factores estrictamente ESTRATÉGICOS que llevan esperando su resolución desde que Agustina de Aragón le daba al cañón. ¿Cuáles son estas?

* Aseguramiento de una OFERTA EDUCATIVA INTEGRAL que permita el desarrollo de las capacidades y habilidades cognitivas de los alumnos más allá del mero conocimiento de las cosas. En una palabra: PENSAR.

* Potenciación de las estrategias de aprendizaje por resolución de problemas que permitan desarrollar las habilidades estratégicas del alumno, su autonomía en la toma de decisiones, su permeabilidad al cambio, así como su Inteligencia Creativa.

* Potenciación de la figura de los educadores exigiendo y asegurando una mayor cualificación profesional de los mismos así como la necesidad de una actualización permanente. El educador, que no “profesor”, es una pieza clave en la construcción de un futuro de prosperidad y hasta que esto no se entienda, la escuela continuará siendo un tramite más que todo españolito debe cumplir mal que bien.

No son muchas cuestiones, pero, al parecer, resultan inalcanzables para los partidos que se turnan en el poder. Una de dos: los políticos son aún más inútiles de lo que pensábamos o la Educación no es una fuente de prestigio y poder. Permítanme que me decante por la segunda opción. Cierto es que la clase política acoge a un buen número de inútiles y fracasados profesionales, pero me niego a creer que este mal afecta a la totalidad.

Mientras tanto, más de la mitad de la población activa, que no empleada, de este país presenta niveles de capacitación profesional ciertamente ridículos. ¿Qué podemos hacer ahora que el tocho y el chiringuito se encuentran deprimidos? ¿Productividad y competitividad? No me hagan reír…

Mientras tanto, una buena parte de los titulados universitarios de este país opta por buscarse la vida más allá de los Pirineos, pero no sólo por una cuestión pecuniaria, sino más bien por el deseo de encontrar un trabajo que les permita desarrollarse personal y profesionalmente de acuerdo a sus posibilidades. Los que se quedan, deberán ser “reeducados” en la nueva universidad que es la empresa para que caigan en la cuenta de que “aquí fuera las cosas son distintas”, dos y dos a veces son cuatro, pero frecuentemente deben ser cinco.

Como les decía, hoy es un día triste para la Educación. Una vez más, hemos podido comprobar que los tiempos de los espadones y el turnismo paralizante quedaron atrás, pero que, pese a todo, continuamos discutiendo sobre si lo adecuado es el ventilador a pilas o las mantitas de punto bobo. Mientras tanto, las escuelas de este país continúan siendo el lugar donde duermen los sueños.

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