miércoles, 17 de junio de 2009

LA MANO NEGRA, BLACK HAND DERRIBADO


Dicen los entendidos que la Economía nació como ciencia moderna en los húmedos y brumosos prados escoceses de la mano de Adam Smith cuando publico An inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, es decir La Riqueza de las Naciones. Pero este nacimiento también vino acompañado de otro descubrimiento que resultaría trascendental para el Capitalismo: la Mano Invisible.
Smith completó su estudio después de concluir el Grand Tour, es decir una gira por los países ilustrados del Continente a la que tan aficionados eran los baronets y gentes leídas de la Isla. La obra del comisario de aduanas escocés desbordó los principios mercantilistas y fisiócratas que habían interpretado el mundo de las relaciones económicas hasta ese momento. Su concepto del valor, la división del trabajo y el papel preponderante del mercado estaban destinados a cambiar la faz de la Vieja Europa. Pero, por encima de todas estas ideas, sobresale en repercusión y pervivencia el concepto de la Mano Invisible que no es otra cosa que la tendencia equilibradora de las rentabilidades sectoriales como mecanismo explicativo de las pautas de movimiento de los flujos de capital.
Hasta aquí lo que cualquiera puede encontrar con dos clics de ratón. Sin embargo, quizás muchos no sepan que la Mano Invisible fue en realidad un concepto residual en el corpus teórico de Smith, hasta el punto de que sólo la cita en tres ocasiones en un ensayo extenso como es La Riqueza de las Naciones. De hecho, la Mano Invisible era una vieja idea que rondaba la cabeza de Smith desde la publicación de su Teoría de los Sentimientos Morales en 1759. Es más que probable que Smith no reservará una función significativa a la idea en su ensayo. Más bien fue la necesidad y el oportunismo posterior quienes se encargaron de elevar a sublime una ocurrencia menor. La Teoría de la Mano Invisible ha derramado ríos de tinta desde entonces y ha servido para explicar lo inexplicable, justificar lo injustificable y hacer sobrevivir a duras penas a un enfermo crónico en los últimos cincuenta años.
Si aceptamos su rango de teoría, puede tener dos interpretaciones, según el caso y la necesidad. Podemos interpretarla como una teoría funcionalista o como deísta que, en realidad, es un funcionalismo elevado a la máxima potencia. Pero, en cualquier caso, como teoría deja mucho que desear ya que, al fin y al cabo, no garantiza nada más allá de la pura y simple casualidad. En otras palabras, un sujeto puede sentirse tranquilo de la repercusión de sus malvadas acciones económicas, la Mano Invisible siempre vigila y acabará por poner a cada uno en su sitio garantizando la riqueza como bendición. Sin embargo, a fecha de hoy, la Mano Invisible ha demostrado su eficacia como “confesionario exprés”, pero su absoluto fracaso como garante de la distribución equitativa de la riqueza o, al menos, de una mínima seguridad de vida.
Media humanidad le debe prácticamente todo a la Mano Invisible mientras que la otra media se resigna a identificarla con el Destino o un Dios imparcial que hace valer la garantía del libre albedrio. Incluso Karl Marx tiene una amplia deuda con el escocés al permitirle explicar la Teoría de la Mano Invisible con otra teoría no menos conocida: la lucha de clases.
Por mi parte, puedo decirles que soy optimista al respecto. Creo que Adam Smith resolvió algunos de sus problemas funcionales recurriendo a la antigua formula de remitir a los interesados al departamento de quejas interestelar. En otras palabras, la Mano Invisible no es otra cosa que el recurso al desconocimiento de Smith hacia las regulaciones del mercado, fenómeno que nunca llegó a explicar de forma satisfactoria.
En los últimos tiempos, muchos han tratado de recurrir, una vez más, a la Mano Invisible como última justificación de los desmanes característicos de un sistema en proceso de extinción o bien como vana esperanza de salvación. Al final, los humanos recurrimos a lo desconocido como estrategia para justificar lo conocido. Por ello, sería más justo hablar de la Teoría de la Mano Negra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En ocasiones se olvida que Adam Smith escribió La Riqueza de las Naciones en el siglo XVIII, en EScocia y en el seno de un circulo de intelectuales respetuosos con los códigos morales y espirituales de la época. Fue una "revolución lógica" pero contenida.
Joaquim

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