domingo, 7 de junio de 2009

GENEROUS MOTORS


Los norteamericanos siempre han demostrado su ingenio para jugar con las palabras y, una vez más, lo han demostrado al jugar irónicamente con las siglas GM que han designado durante más de un siglo a la compañía que William C. Durant fundó en 1908 a partir de un conglomerado de fabricantes agrupados en torno a Buick y Oldsmobile.
Hasta no hace muchas décadas, cualquier ciudad media de Estados Unidos ponía velas a San Crispín para verse agraciada con una planta productiva de GM. Tanto es así que al gigante del automóvil se le conocía como Generous Motors. Hoy en día, las ciudades bendecidas sufren la pesadilla de un futuro incierto bajo la tutela del gobierno Obama, pero eso no ha impedido que, una vez más, surja la sorna lingüística y el Generous Motors se haya transformado en Government Motors. Pero, ironías aparte, la caída de General Motors no sólo confirma la previsible llegada de la tercera burbuja de la Crisis del Milenio, después del estallido de la inmobiliaria y la financiera, sino que también confirma la necesidad de transformaciones estructurales de largo recorrido, cuando no de paradigmas globales.
El automóvil no sólo ha sido el motor de inercia de un crecimiento continuo desde hace más de un siglo. También ha sido la cuna de muchos de los principios que han regido el sistema productivo capitalista. La gran mayoría de las tesis que han sostenido el denominado management han tenido su origen en esta industria, desde el Fordismo al Jit japonés. ¿Quiere esto decir que asistimos al funeral de los paradigmas de gestión? No exactamente si nos atenemos al hecho de que la mayoría de ellos se han fraguado lejos de las grandes plantas productivas de Michigan, en concreto en las factorías japonesas, dirigidas por gentes dotadas de mayor capacidad estratégica en términos de visión de futuro y eficiencia. De hecho, los norteamericanos, después de la Segunda Guerra Mundial, dieron muestras de un chauvinismo supino, despreciando las inversiones en investigación y desarrollo y presuponiendo que las barras y estrellas del buy american les protegerían de la amenaza amarilla, pequeña, sobria y carente del glamour que se le supone a todo buen coche. El resto es historia. Una historia perfectamente retratada por Clint Eastwood en Gran Torino.
Japoneses y europeos no lo han hecho mal, pero tampoco lo suficientemente bien como para lograr capear la gran tormenta desatada en las llanuras del Medio Oeste y que, poco a poco, se está convirtiendo en la Tormenta Perfecta. Nadie duda de que la industria del automóvil sobrevivirá a la crisis, pero lo que nadie se atreve a aventurar es cuál será la nueva geografía del sector. Solo se habla de fusiones, canibalismo y nacionalización, pero apenas se vislumbran cuáles deben ser las nuevas reglas del juego. Todos están de acuerdo en que el sector requiere un cierto nivel de escala, no solo para remontar, sino también para refundarse y todo ello pasa por una reestructuración que traiga como consecuencia la desaparición de un buen número de marcas tal y como las conocemos en la actualidad. El escenario de futuro parece más que evidente en la Vieja Europa. Un escenario dominado por un mix de movimientos públicos y privados. Los primeros más probables en Francia, los segundos dominando a los alemanes. Estados Unidos tendrá que resignarse con la refundación a cargo fundamentalmente de los japoneses que han demostrado que se puede fabricar coches en aquellas tierras, pero “a la japonesa”. Indios y coreanos mantendrán un papel secundario que en forma alguna desdeñan. Y, en medio de todo ellos, rusos y chinos que se apuntan a la entrada encubierta por adquisición indirecta.
La caída de Generous Motors no sólo es una desgracia para el sector, también es una señal al igual que ocurrió con la desaparición de la monarquía, tal y como se la concebía, en 1789. Pero, de la misma forma, que los reyes continuaron y continúan existiendo para bien o para mal, el automóvil continuará siendo un motor de crecimiento, al menos hasta la mitad del milenio. Pero, de igual forma que Versalles o el Shombrum son lugares abiertos a la curiosidad de quienes quieren imaginar cómo fue aquella época, Detroit puede acabar convirtiéndose en un lugar de peregrinaje para melancólicos del american way of life. Pero nunca podrá ser un destino turístico internacional. No sólo por ser francamente horrible, sino también porque no tiene ninguna lección que enseñar como no sea la de la soberbia de quienes se consideraban más allá del bien y del mal.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Generous post!
Manifico
John Dewart

Anónimo dijo...

Buen análisis. Los coches norteamericanos adolecen de calidad y alma. los japoneses tienen calidad, pero les falta estilo y los alemanes tienen calidad y sobriedad, pero les falta escala. ¿Cuál será el futuro?
PL

Mila dijo...

Muy bueno... como siempre
salu2

Detroid es la historia de un abandono¡¡

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