martes, 10 de febrero de 2009

LA MALDICION GLOBAL


Los Siete pilares de la sabiduría fue el primer libro serio que leí cuando apenas tenía catorce años, luego llegaron los Sábato, Bradbury, Bowles, Cabrera Infante, Carpentier y cientos más. Pero siempre he vuelto con frecuencia a las páginas atormentadas de Lawrence. Quizás por eso alimente desde muy joven el deseo de conocer el Desierto y, sobre todo, el Sahara. Y quizás también por ello lo he visitado casi una decena de ocasiones.
El Sahara no defrauda en su belleza inútil y salvaje. Te envuelve y reduce a la nada cuando pierdes toda capacidad de orientación y medida. Pero no hay nada igual a un amanecer contemplado desde lo alto de una duna o a la observación de cientos de estrellas, tumbado sobre la arena tibia mientras escuchas el sonido de la vida que se recupera cuando el sol se aleja. Pocas veces he visto tanta vida como en los grandes palmerales que de vez en cuando encuentras. El sonido del agua corriendo por las acequias, los gritos de los niños jugando, el traqueteo de los diminutos carros tirados por pequeños borricos mientras el dueño dormita a punto de caer del pescante.
Pero en el Sahara, cuando te acercas a sus límites, también puedes encontrar signos de modernidad abominable. Puedes estar tranquilo, descansando a la sombra de un viejo tronco, cuando súbitamente aparece un niño conduciendo un desvencijado ciclomotor de cuyo manillar cuelga un balde repleto de botellas de coca – cola. No son alucinaciones, simplemente te has acercado demasiado a los límites y están a punto de llegar los rebaños de turistas, vestidos con ridículos tagelmust a lomos de aburridos camellos que escupen despreocupadamente contra el viento con la esperanza de alcanzar en plena oreja a la rubia teñida de Manchester.
Fíjense ustedes en lo que venía pensando yo esta mañana después de leer las últimas nuevas sobre la crisis. Pensaba en esos niños de los ciclomotores a los que también habrá llegado la crisis, pensaba en los camellos aburridos al no tener incautos a quien morder o escupir. Y pensaba en la maldición de la globalidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

He sido uno de esos turistas lo reconozco, bueno, qué demonios, al menos he visto el Sahara.
Glory

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